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Hay vida detrás de las orquídeas.

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Scrophularia oxyrhyncha. Sierras Centrales, Badajoz.


Las orquídeas y en menor medida los narcisos, se llevan la mayor parte del interés de los aficionados por la flora en Extremadura. Es una pena, porque se suele dejar de lado a una de mis familias favoritas dentro de las plantas: las Escrofulariáceas (Scrophulariceae). Dicho así no suena muy prometedor, pero si decimos dedaleras (Digitalis), verónicas (Veronica), escrofularias (Scrophularia), bocas de dragón (Antirrhinum), linarias (Linaria), eufrasias (Euphrasia), crestas de gallo (Rhinanthus), etc., la cosa cambia. Tenemos de pronto ante nosotros una colección digna del mejor de los jardines botánicos, llena de plantas de gran belleza, algunas de ellas capaces de competir con cualquiera de nuestras orquídeas, y llena también de raros endemismos.


Ahora mismo tenemos en Extremadura en flor a las escrofularias, unas plantas que a simple vista nos parecen el típico yerbajo amante de la materia orgánica, pero que en un segundo vistazo empiezan sorprendernos por sus llamativas flores en como pequeños odres rojizos con orejas agrupadas en varas. Atraen a los bichos con su abundante provisión de néctar y también a algún aficionado a las plantas, que sabe que por aquí tenemos joyas como la Scrophularia oxyrhyncha de las cuarcitas del centro de Badajoz y en menor medida Córdoba y Ciudad Real; la Scrophularia sublyrata, endémica del suroeste peninsular; la rarísima Scrophularia arguta, con sus enigmáticas poblaciones murciana, granadina y cacereña y las endémicas de Gredos Scrophularia reuteri y Scrophularia bourgaeana (esta en realidad un subendemismo casi exclusivo de Gredos).

Un paseo por el tiempo en Los Barruecos, en el que no se habla para nada de “Juegos de Trono”.

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Hace ya años que me hablaron de unas dedaleras blancas en Los Barruecos (Malpartida de Cáceres), pero por una u otra causa nunca encontraba la ocasión de ir a buscarlas. Este año he dado dos paseos por la zona y he revisado centenares de Digitalis thapsi, aunque todavía sin flor. En cualquier caso, viendo las hojas de estas plantas, nada que se pudiera atribuir a alguna de las dos subespecies de Digitalis mariana que tenemos por Extremadura. Siempre he pensado para este caso en unos ejemplares de flor blanca de Digitalis thapsi, pero la presencia de Digitalis marianaen el río Almonte despiertan la duda.



Y ya puestos a pasear por estos impresionantes berrocales, he dejado libre la imaginación y no me ha costado nada trasladarme a otras eras geológicas. El entorno del Barrueco de Arriba, menos espectacular y famoso que su hermano mayor (el Barrueco de Abajo, como era fácil imaginar), mantiene unas formaciones de bolos graníticos a modo de corrales, que guardan en su interior unas curiosas agrupaciones arborescentes de Codeso (Adenocarpus desertorum), un endemismo extremeño, reliquia de la vegetación del Terciario. Al pasear por alguno de esos pequeños corrales, bajo la copa de esos codesos de hasta 3 m y troncos añosos, no me ha costado nada retroceder un par de millones de años en el tiempo. Conocidos en la zona como Leña del diablo, estos viejos codesos tienen unos portes de planta antigua, hoy día totalmente desacostumbrados por estas latitudes, donde el fuego, el ganado y la grada sólo permiten la observación de codesos achaparrados. Acompañando a estos viejos codesos, el matorral de escoba blanca (Cytisus multiflorus) perfecciona esta imagen de un hábitat relicto dominado por matorrales de leguminosas.

Sedum rubens


Los cordones verdeazulados de las acederas (Rumex induratus) bajando por las grietas de los bolos graníticos, los prados efímeros rojizos de Sedum rubens en las repisas y partes altas de los bolos, los detalles color crema entre el granito de la Coincya monensis y el verde rabioso de la comunidad de base de cantil con parietarias, mercuriales y la Scrophularia sublyrata (endémica del suroeste ibérico) añaden color a este magnífico cuadro. Es una lástima que un loco alemán llenara de basura una parte de este increíble paisaje, en un acto supremo de soberbia.

Scrophularia sublyrata

Hierba de la sangre (Lysimachia vulgaris).

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Lysimachia vulgaris. La Garganta, Cáceres. 1300 m.

Nos hemos acostumbrado tanto a hablar de especies invasoras, que olvidamos que nosotros también hemos dejado nuestros regalitos por el mundo. Cuando uno en su tierra ve a una planta rara, que se agarra por los pelos para no desaparecer, en lo último que piensa es que esa misma plantita esté provocando dolores de cabeza al otro lado del charco.

Lysimachia vulgaris, pariente de las prímulas, es una planta muy rara en Extremadura, crece en bordes de turberas, prados de siega muy húmedos y enclaves encharcados junto a arroyos y gargantas. Un tipo de ambientes que cada día se hacen más raros en esta tierra. Tanto es así, que tan sólo se ha citado en alguna localidad de La Vera y el Ambroz, existiendo además una rara cita al norte de Monfragüe.

Si su magnífico aspecto de yerbajo con carácter de poco le sirve ante los rigores extremeños, en Norte América demuestra todo su potencial y ha trazado un mapa magnífico de la extensión de las antiguas colonias británicas en la costa este. La afición de los ingleses por la jardinería explicaría su distribución americana hasta tiempos recientes, en los que ha pasado también a la costa oeste. Es una planta resultona para un macizo junto al agua, pero que tiene la fea costumbre de reproducirse por estolones, que brotan como locos de su rizoma a poco que la cosa vaya bien. He leído que los jardineros estadounidenses y canadienses han extraído rizomas de hasta 4 metros de longitud, lo que da un poco de miedo.


Aquí en Extremadura no parece que se haya utilizado mucho con fines medicinales, aunque su gran poder astringente ha servido para cortar hemorragias y de ahí le viene su nombre común. También se ha utilizado para curar heridas y para teñir el pelo. Curar heridas y poner el pelo rubio eran de seguro dos buenas cualidades para un colono.

Ponga un seto en su vida y luche con él.

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Un buen número de concejales y jefes de parques y jardines lleva en su interior a un pequeño Rey Sol. Su afán versallesco por los setos sólo se ve superado por su mal gusto y éste, por la más absoluta ignorancia en las artes de la jardinería.

Los setos fuera de un diseño formal son absolutamente abominables y combinados con las praderas de césped son una de las cimas del mal gusto. Pero es que además resulta que incluso los más feos requieren un altísimo coste de mantenimiento, totalmente inalcanzable para las arcas de un ayuntamiento que pretenda deslumbrar con una jardinería de postín en todas sus zonas verdes, incluso las más diminutas. Aquí es donde la ignorancia hace su trabajo al dirigir al gestor en dirección opuesta a la biología de la planta. En su afán por reducir costes de mantenimiento se dejan naturalizar los setos y se los poda salvajemente 1 o 2 veces al año. En pocos años el desastre será tal, que habrá que arrancar esos espantosos esqueletos vegetales.

Tahler ha pasado por aquí. Cáceres, mayo de 2017


Lógicamente los pájaros desconocen los desvelos de los reyes sol y gustan de anidar en esos setos asalvajados. Los pobres no saben que en plena primavera es fácil que un cortasetos acabe con sus nidos, sus huevos y sus pollos. En mi barrio las currucas, pardillos y verderones sufren esto cada año. Pero este año me ha molestado más porque parecía que unos petirrojos andaban tonteando en un seto frente a mi casa y ahora, tras la poda, sólo veo al macho de vez en cuando cantando por el madroño de casa.

Los Tejos de Brañarronda.

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Arroyo de Brañarronda (Rioscuro), al fondo los tejos a unos 1400 msnm.

Por cómo han disfrutado por Cáceres de esta árida y cálida primavera las retamas (Retama sphaerocarpa), con una floración espectacular como no recordaba, me hago una idea de los cambios que se nos vienen encima. Por suerte, hemos podido disfrutar de una mínima tregua en la montaña leonesa antes del verano. Por mucho que los lacianeses se quejaran también de su primavera cálida y seca, en este caso las comparaciones son odiosas.

Y como no solo de osos vive el hombre, hubo momento para los tejos, que como es bien sabido por este blog son una de mis debilidades. Cuando nos indicaron las dimensiones de los tejos que íbamos a ver una sonrisilla de condescendencia se me escapó, el mismo cuento de siempre pensé.



No sé si nuestro guía se percató de mis dudas, pero quiso zanjar la cuestión cuanto antes y no hubo anestesia, de pronto nos topamos con un conjunto de tejos entre los que había uno de los más grandes que yo haya visto. Debido a lo superficial de sus raíces y a los evidentes rastros de visitantes que no saben comportarse ante árboles venerables, no quisimos pisotear bajo su copa, pero su perímetro de tronco debía superar muy de largo los 6 metros y, además, conservaba su porte natural. La presencia de numerosos tejos juveniles aumentaba, si eso era posible ya, mi satisfacción.

El exceso de pisoteo ya es muy visible junto a este tejo.

Los tejos lógicamente no estaban solos, forman parte de un bosque magnífico dominado en unas partes por Quercus petrea, con algunos ejemplares monumentales y por Fagus sylvatica en otras. Junto a ellos, Betula pubescenssubsp celtiberica, Acer pseudoplatanus, Ulmus glabra, Fraxinus excelsior, Tilia platyphyllos, Ilex aquifolium, Sorbus aucuparia, Corylus avellana, Prunus avium, Salix cantabrica y Salix caprea. Con todo este despliegue de arbolado el sotobosque es típicamente nemoral, destacando por su abundancia Omphalodes nitida, Saxifraga spathularis, Paris quadrifolia, Lilium martagon, Helleborus viridis, Luzula sylvatica, Sanicula europea, Galium odoratum, Euphorbia amigdaloides y Saxifraga hirsuta.

Estrella céltica tallada en la roca por un "celta" contemporáneo. Seguro que a él esto le pareció muy guay.


Tras esta inmersión eurosiberiana la vuelta al termomediterráneo sobrecalentado ha exigido algo de adaptación, hay que reconocerlo. Mucha gente ha encontrado últimamente en Trump un argumento perfecto, un chivo expiatorio. Yo no me engañaría, antes de Trump ya teníamos el problema y no lo solucionamos. Desde Río de Janeiro han pasado 25 años y seguimos igual. Trump no es tan poderoso como él supone, como diría Bob Dylan “incluso el presidente de los Estados Unidos, a veces tiene que estar desnudo”.

Canto del cisne en los rebollares villuerquinos (Rhaponticum exaltatum y Centaurea toletana).

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Rhaponticum exaltatum. Guadalupe (Cáceres), 1000 msnm.

En el mes de junio las flores han desaparecido de los rebollares de Las Villuercas, el pardo comienza a ser el color dominante y nuestros pasos ahora crujen al pisotear la hojarasca reseca. Parece que estos bosques han entregado la cuchara hasta el otoño.

Pero es en junio cuando debemos buscar a dos de las joyas botánicas de estas sierras, una relativamente abundante y otra muy rara. Dos especies que nos recuerdan lo frescos y húmedos que llegaron a ser estos bosques en otro tiempo, por mucho que ahora cada vez se parezcan más a los alcornocales.

Centaurea toletana. Garciaz (Cáceres), 1100 msnm.

En el suelo, de color amarillo, la Centaurea toletana y a la altura del pecho, la escasa Rhaponticum exaltatum, que antes era conocida por el más bonito nombre de Leuzea rhaponticoides. Ambas endemismos ibéricos y ambas cardos, al fin y al cabo.

Cheirolophus uliginosus el Cardo de pantano

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Cheirolophus uliginosus. San Vicente de Alcántara (Badajoz).

Hace unos días regresaba a casa contento tras disfrutar de la floración de una de las plantas más raras que tenemos por Extremadura, el Cheirolophus uliginosus o Cardo de pantano. Lo cierto es que me duró bastante poco la alegría pues el incendio de Doñana puede que haya afectado a alguna de las poblaciones onubenses de este raro endemismo ibérico presente el litoral de Cádiz, Huelva y centro de Portugal, por donde llega hasta Extremadura de manera absolutamente puntual y maravillosa, aprovechando esa influencia atlántica que permite la existencia de plantas como Erica tetralix o Drosophyllum lusitanicum en el rincón extremeño que se adentra en Portugal.


Me tengo por un buen conocedor de Extremadura, pero aún así no dejo de sorprenderme con los enclaves que todavía quedan por aquí, cada vez más pequeños y amenazados, eso también. Bastó con girar el volante y descender a un pequeño vallecín para pasar del más tórrido termomediterráneo del verano pacense, a un arroyito casi cerrado por el bellísimo Helecho real (Osmunda regalis)con enclaves higroturbosos en sus márgenes, donde aparecía el Cheirolophus rodeado de zarzales y sauces. Una auténtica estación de servicio que atendía a una enorme población de mariposas dominadas claramente por Argynnis pandora y Melanargia lachesis.Como no quiero mentir, los eucaliptos ocupan ahora el sitio que debieron tener los alisos pero, aún así, la zona continúa siendo una auténtica isla verde en un mar pardo.

Otro Mirlo capiblanco (Turdus torquatus)

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Ya lo sé, si quería lucirme este no era el año. Nos invaden los mirlos capiblancos, pronto ASAJA solicitará daños.
El caso es que el día 1 de noviembre me crucé en el camino de uno de estos pájaros, en La Dehesa de Sierra de Fuentes (Cáceres), y tuve la suerte de poder retratarlo. Tan solo eso.

Estrellas a ras de suelo.

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Estrellita (Saxifraga stellaris). Tornavacas, Cáceres. 2.300 m.

La relación de los humanos con las estrellas debe ser antigua, tanto como la propia Humanidad. Hoy nos parece normal tener el cielo habitado por héroes mitológicos y pocas serán las personas que a lo largo de su vida no le hayan dedicado si quiera un rato a la cuestión. Muchas menos, sin embargo, serán las que agacharon la cabeza alguna vez para buscar estrellas a ras de suelo. En realidad lo hacemos cada vez que nos agachamos a contemplar unas margaritas, estandartes de una de las familias más numerosas entre las plantas como son las compuestas, cuyo nombre científico Asteraceae hace referencia a ese parecido entre las flores de estas plantas y las estrellas.

La estrella botánica más difícil de localizar en Extremadura es también la más hermosa. Belleza y rareza son atributos que por sí solos podrían hacer de una especie una de nuestras joyas más reconocidas. Si a esto le unimos una historia natural apasionante y el gusto por algunos de los más escasos y limpios entornos, nuestra especie debería ser tan popular como alguno de esos delanteros que corren por nuestros campos de fútbol. Pero no es así, las últimas estrellitas (Saxifraga stellaris) de Extremadura están desapareciendo tan en silencio como han vivido desde que llegaron a la Sierra de Gredos cacereña durante la última glaciación procedentes de las frías tundras. Hoy día presenta una distribución circumpolar en todo el Hemisferio norte, apareciendo de manera relicta en las zonas altas de las montañas europeas donde busca, junto a los manantiales, esas comunidades frescas dominadas por los musgos que recuerdan a la vegetación dominante de la tundra. Lógicamente, aproximarse a la tundra ártica en Extremadura exige algo de esfuerzo y debemos buscar en zonas por encima de los 2000 m donde haya nacederos de gargantas, entre cuyos taludes umbrosos se refugiará esta maravillosa reliquia ártica, y rezumaderos permanentes. Siempre creciendo entre musgos y muchas veces acompañada por verónicas.

Estrellita de Agua (Asteriscus aquaticus). Santa Marta de los Barros, Badajoz. 400m.

Tampoco se prodiga por Extremadura la Estrellita de agua u Ojo de buey (Asteriscus aquaticus). Se sabe que Teofrasto ya llamaba asterískos, o pequeñas estrellas, a estas pequeñas margaritas 300 años antes de Cristo. Más rebuscado parece el origen de su apellido científico aquaticuso acuático, siendo esta una planta que crece en suelos raquíticos y secos sobre calizas, tendremos que esperar al otoño para conocer la respuesta. Las primeras lluvias otoñales mojarán las brácteas secas de los capítulos, que se abrirán liberando sus semillas. A pesar de su aspecto humilde y a su pequeño tamaño, la Estrellita de agua es la planta que caracteriza este tipo de pastizal temporal sobre suelos rocosos calizos o básicos, por mucho que sean las orquídeas las que se llevan toda la fama en estos lugares.

Como no queremos terminar con la imagen de estas estrellas de suelo raras y difíciles de localizar, bastaría con pensar en el Trébol estrellado (Trifolium stellatum) o en la Estrella de agua (Callitriche stagnalis) para borrar esta idea de nuestra cabeza, pero preferimos terminar con otra especie. Sin duda una de las estrellitas más fáciles de localizar, a poco que miremos un poco por cualquiera de los herbazales de sombra algo nitrificados que nos encontremos por Extremadura, es la Estrellita mediana (Stellaria media), tan delicada como diminuta.

Portada del libro.



                                         
                                          http://turismoextremadura.com/
                                         



FELICES FIESTAS.

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Cierto que, después de haber visto un oso, pasear con la atmósfera vaporosa que crean los bancos de niebla entre viejos robles en las montañas del Alto Sil (León) hacen mella en el corazón más duro. Cierto que uno debe tener el corazón bastante mellado ya, pero os aseguro que delante de esta fuente pude sentir a la jana que allí vivía.

Poder juntar otro puñado de estos momentos y seguir bien arropado por mi familia es lo que le pediré a 2018.


FELICES FIESTAS

No aceptaré la extinción. The Plant Messiah.

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El último libro del 2017 ha sido “The Plant Messiah” de Carlos Magdalena, un regalo para quien guste de las plantas. Lo primero que me gustó del libro fue ver a un español en el templo supremo de la jardinería, el Royal Botanic Gardens de Kew, demostrando que lo del green fingers no es algo genéticamente vedado a los bárbaros del sur. Lo segundo sería lo increíblemente cerca de la extinción que están algunas especies de plantas y los milagrosos golpes de suerte que les han permitido sobrevivir. Finalmente, por supuesto, el carácter de Carlos Magdalena, que le permite llegar donde los ortodoxos no pudieron. Hay tres máximas en el libro que explican el éxito de Carlos Magdalena:

1.      No aceptaré la extinción.
2.      Cualquier especie tiene derecho a vivir sin justificar su existencia.
3.      El número de especímenes mínimo para poder decir que no hay nada que hacer para salvar una planta es cero.

El Café marrón de la isla de Rodrigues en Mauricio era una planta considerada un muerto viviente por la reiterada incapacidad para hacer fructificar al único ejemplar vivo. El consejo que recibió Carlos Magdalena fue que no perdiera el tiempo con ella. Creo que eso era justo lo que él necesitaba escuchar para ponerse a trabajar con ella. Realizó cientos de probaturas al margen de la metodología convencional con las plantas clonadas en Kew. Así obtuvo su primer éxito y sus primeras críticas: “Has hecho eso mil veces sin producir un solo fruto y ahora ¿pretendes decirnos que es una técnica probada porque tienes un fruto?”, “Producir un fruto de 180 flores no es profesional.” o “Nos pones en una situación incómoda, todo el mundo querrá saber cómo hemos conseguido un fruto, pero nosotros no podemos decírselo.”


La respuesta de Carlos Magdalena me parece demoledora: “Antes teníamos un problema: esta planta no se podía propagar, ahora tenemos otro problema: no sabemos exactamente por qué ha producido semillas. No ha sido un experimento controlado, pero tampoco ha sido magia.” Y rematando: “Yo no intentaba desarrollar una investigación, no pretendía publicar. Yo sólo quería conseguir una semilla.” Hoy día hay viveros en Rodrigues cultivando Café marrón a partir de semillas para su reintroducción en campo y a Carlos le conocen como Kew´s codebreaker (lo de mesías es algo que no parecía hacerle mucha gracia, más bien vinculado a su estética, pero que David Attenborough convirtió en marca personal).

Sólo queda agradecer la intuición al director del Kew, que entrevistó por primera vez a aquel joven de 28 años con un currículo tan poco brillante, al que, pese a todo, decidió poner a prueba tras escuchar su argumento: “Yo sé algo que no está escrito en el papel. Sé que necesito esta plaza y que esta plaza me necesita a mí también”. Qué ojo tenía el tío.

Narciso de roca. Narcissus rupicola.

LOS PEQUEÑOS LINCES VERDES

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Veronica micrantha


Como cada año, llegadas estas fechas, me he repetido la pregunta de si habría alguna pequeña Veronica micrantha floreciendo en Extremadura. Tras años detrás de este fantasma casi me atrevería a decir que no, pero eso sería muy osado por mi parte, teniendo en cuenta el bajo esfuerzo que se le ha dedicado a resolver esta cuestión. Hace años que la especie desapareció de su localidad clásica de La Garganta (Cáceres) y de la población del Puerto de Honduras, tras varios años de búsqueda, sólo he podido ver un pliego conservado en el herbario de La Orden. En este asunto me apunto a Unamuno “No la verdad, si la verdad nos mata la esperanza”.

Siento una profunda envidia por el Lince ibérico y me alegra ver que al final las cosas parece que están dando sus frutos, aunque para ello ha sido necesario encadenar varios proyectos Life y millones de euros. Siento envidia cuando veo a los medios de comunicación buscar permanentemente una imagen o una noticia del lince. Siento envidia al ver como ahora todo el mundo quiere ver un lince. El éxito atrae irremisiblemente, aunque también nos permite lavar la conciencia. Por eso también convendría recordar ahora los largos años previos de esfuerzos silenciosos en el campo de numerosas personas que, por no obtener el resultado deseado con la especie, han pasado al olvido.

Me vienen a la cabeza un puñado de plantitas en Extremadura que, si fueramos honestos jugando a la conservación, tendrían un interés similar al del Lince ibérico o el Águila imperial.

¿Cuándo les llegara su oportunidad a los pequeños linces verdes?

LOS NOMBRES SERRANOS.

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La Portilla del Losar es el único descanso de la bien llamada Cuerda Mala, lo peor es que a continuación le sigue la Cuerda de los Infiernillos, al fondo de la imagen.


Hace unos días, mientras me encontraba en la zona alta del Arroyo de Putopadre, recordé un hecho que me ocurrió hace 20 años, cuando trabajaba como técnico en la Reserva Natural de la Garganta de los Infiernos. Estando en la oficina recibí la llamada de una persona, que a juzgar por su voz y extremada educación me imaginé como una refinadísima persona mayor. Una persona mayor que se presentó como miembro del servicio del nomenclátor del Centro Geográfico del Ejército. Una persona mayor que, a medida que escuchaba su tono de voz y su exquisita dicción, me iba provocando una agradable sensación de relajación y, entre la neblina de la narcosis, comenzaba a imaginármelo como el mismísimo tutor de un príncipe.

Estaban trabajando en la nueva edición de las hojas 1:50.000 y querían poner al día la toponimia, eliminando errores de localización y ortografía. Le costó mucho hacerme la pregunta, se veía que le incomodaba, pero al final me dijo que uno de los límites de la Reserva Natural se apoyaba sobre un arroyo y que éste tenía un nombre extremadamente soez y malsonante y me pidió por favor que le ofreciera una alternativa para utilizarla en la nueva edición del mapa. Lógicamente no necesité que me diera el nombre y le conteste que el Arroyo de Putopadre era el nombre de ese arroyo, que así era conocido y que así figuraba en el decreto de declaración de la Reserva Natural. Al insistirme en la necesidad de evitar ese tipo de nombres, le propuse que me llamara en unos días, mientras intentaba recabar información sobre esta cuestión entre la gente mayor de la zona. Nunca más volví a tener noticias suyas. Cuando en el año 2000 compré la nueva edición de la hoja 576 el Arroyo de Putopadre había desaparecido, en su lugar aparecía Arroyo de Piernavacas. Aunque la hoja superaba claramente a la edición de 1990, seguían apareciendo bastantes errores de nomenclatura y sentí lástima por la pérdida de un nombre tan rotundo a cambio de casi nada. No era una cultura exquisita lo que me venía a la cabeza ahora al recordar a aquel personaje, más bien pensaba en fanatismo de sotana.

Puede que lo de Piernavacas sea un nombre legítimo, pero cuando llegas a los tejos de la zona alta de la Garganta de Putopadre comprendes perfectamente el porqué de este nombre.

Soy un enamorado de los nombres serranos y creo que junto al paisaje, la fauna y la flora conforman un todo en las zonas de montaña. Por su sonoridad, por su eficacia descriptiva y por su no rara retranca, son un patrimonio que no debemos perder por nada del mundo. Sin ser un experto en la materia, de entre los que tenemos en la parte cacereña de la sierra de Gredos El Collado Herido es uno de mis favoritos, al tenerlo grabado en la cabeza tal y como lo pronuncian los cabreros de Tornavacas: Collauriu, casi como el canto de la Oropéndola. Al subir a la sierra con alguien criado en ella te das cuenta de que todo tiene su nombre, que no tiene porque ser el mismo que usan en pueblos vecinos, y que no es necesario un mapa o GPS para orientarse, sólo hay que recordar que cada cosa está junto a otras cosas y que basta nombrar varias de ellas para tener una ruta exacta (los famosos waypoints). Con este sistema ayuda mucho que el nombre sea descriptivo e inconfundible. Puede que nos recuerden lo que está por venir: Garganta del Malentradero, Arroyo del Temblar, Arroyo de Piernalosa, Collado de Tripa Seca, Portilla de Pie Sequillo, Puerto de Honduras, Majada de Piegordo, Garganta de los Papúos, Cuerda Mala, Cuerda Viva, Cuerda Llana, Cuerda Atravesada, Cuerda de Los Infiernillos, Cuerda…, etc. Puede que señalen lugares destacados por la presencia de fauna o flora muy llamativa: Arroyo del Avanto, Fuente de Roble Hermoso, Fuente del Sebillano (de Serbal, no de Sevilla), Escondelobos, Garganta Lodrera, Hoya del Belesar, Cigunal de las Brujas, Canchal de los Ballesteros, etc. Otros simplemente son obra de poetas: Canchal del Turmal, Roza Cabecera, Los Altares, Portilla de la Mentira, Riscos Morenos, Majada Cimera, Plaza de Redondo, Arroyo de Riscoencinoso, Risco de Peña Lozana, etc.

Crecer entre pájaros.

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Por muchos años que pasen y por muchas observaciones que tenga de la Curruca capirotada, nunca podré evitar esos primeros dos o tres segundos iniciales que me transportan a la infancia. Es la magia de la observación de aves corrientes.



La palabra paraíso está tan manoseada y se emplea tan a la ligera que huyo de ella como de un nublado. Digo esto porque no la voy a utilizar al referirme a mi pueblo como uno de los mejores lugares para crecer, si lo que te gustan son los pájaros. Con un coche, estás a media hora del Salto de Gitano o la Portilla de Tiétar, y todos sabemos lo que eso significa, en poco más de ese tiempo en Arrocampo o en los llanos de Cuatro Lugares y a una hora tienes a tu disposición todas las especialidades de la alta montaña extremeña y sus especies forestales. Usualmente, cuando uno tiene 8-9 años no suele disponer de un coche, de hecho no disponía ni de prismáticos, por suerte, en Plasencia no necesité ni lo uno, ni lo otro.

En aquella época un niño podía vagar solo por las calles sin que sus padres fueran encarcelados y yo podía disfrutar de un catálogo de aves muy selecto, a la altura del pequeño gourmet en el que me estaba convirtiendo.

Podía bajar a las pesqueras del río Jerte junto al Puente Nuevo, que como su nombre indica es uno de los más viejos de Plasencia, a disfrutar, por sorprendente que nos resulte hoy, de las operaciones de inmersión del mirlo acuático, a buscar a los martines pescadores y a las pollas de agua en el parque de La Isla, para terminar el paseo bajo el Puente de Trujillo, a la espera de los carruseles de los vencejos reales que criaban allí, uno de mis tesoros más preciados. Podía, tal vez, acercarme al entonces inmensamente más hermoso Parque de los Patos, donde conocía la ubicación de un nido de guarro (cuervo) en un chopo, donde llegó a criar una pareja de milanos reales en uno de esos viejos pinos revirados tan característicos de este parque, o donde observé mis primeros búhos chicos. Por entonces los milanos reales eran abundantes en la cercana finca municipal de Valcorchero y yo no perdía mucho tiempo con ellos. Prefería hacer esperas en los charcos que se formaban junto a la Fuente de la Rana, para descubrir a los escasos gorriones molineros que acudían a beber allí, mezclados con los gorriones comunes y los verderones. Las cercanas murallas de la Torre Lucía y los Arcos, que así llamamos los placentinos a nuestro magnífico acueducto, eran un buen lugar para esperar a los roqueros solitarios y a las lechuzas y eso eran ya palabras mayores para mí.

Las alineaciones de aligustres de la entonces Avenida del Ejército y los olmos monumentales del Parque de la Rana eran una buena zona para disfrutar de los centenares de currucas capirotadas que invadían la zona en otoño, en busca de esos frutos que tanto odian los propietarios de coches y los peatones, pero que amamos los aficionados a los pájaros. En verano, los fresnos del Parque la Coronación y los aligustres junto a los Arcos eran el lugar para perseguir autillos, siempre oídos y casi nunca vistos. Quedaba otro pequeño tesoro que suponía un esfuerzo algo mayor, pero que era compensado por la belleza del objetivo.

La collalba negra, que continua siendo uno de mis pájaros favoritos, era relativamente abundante en Plasencia en aquella época, conocía una decena de nidos a una hora andando desde mi casa, unos en Valcorchero y otros junto al Puente de Hierro en el cañón del río Jerte, pero era posible observarla dentro de Plasencia en las proximidades del Puente de San Lázaro. El tren que subía a Castilla todavía recorría las vías que había por allí y había que tener cuidado, pero eso hacía más arriesgada y valiosa aquellas observaciones. Por allí descubrí también mi primer nido de golondrina daúrica, un ave muchísimo más rara que hoy día.

Gran desconocedor en aquellos años de la palabra censo, ya llevaba la contabilidad de los nidos de cigüeñas blancas y cernícalos primilla de Plasencia, lo que me permitía disfrutar de un sonido hoy casi perdido, el increíble griterío de los bandos de grajilla en sus evoluciones entre la Catedral y el Cachón, que se amplificaba en la magnífica caja de resonancia de los muros de piedra de la Plaza de San Nicolás o la de la propia catedral, siempre bien secundados por las bodas de los vencejos comunes y pálidos. El invierno traía una extraña calma a la parte antigua de Plasencia, pero también traía a los aviones roqueros que volaban junto a las paredes más altas, atrapando a los bichos que buscan el calor de la piedra y cobijo frente al viento, aunque yo prefería observarlos en estas faenas en las fachadas de la Residencia Sanitaria, donde había más bichos y más aviones roqueros, lo que siempre permitía la presencia de auténticos kamikazes.

Ahora vivo en Cáceres y andan ya muy lejos aquellos años de la ilusión de las primeras observaciones, pero parece que para compensar esta ciudad me permite seguir viviendo entre aves, cierto que hace tiempo que no veo alzacolas o collalbas negras por aquí y que decrecen los números de todas las aves que crían en edificios, pero aun así es fácil sumar especies durante cualquier paseo. Llevo un listado de observaciones desde el patio de mi casa, que tiene avutardas a poco más de 1000 metros en línea recta, y he anotado ya 58 especies con águila imperial, águila real, buitre negro, alimoche, milano real, grulla y avutarda entre ellas. No sé si hay algún índice de desarrollo y bienestar de esos tan de moda ahora que pueda medir esto.


Este texto forma parte de mi contribución al libro "Extremadura, Naturaleza Urbana" presentado en el VIII Encuentro de Blogueros celebrado el pasado noviembre en Trujillo.


Recuerdos de un zorromigalero. Educación I

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    Ejemplar pelirrojo de Rhinolophus mehelyi, especie muy característica de los refugios extremeños, en especial los situados en los Montes de Toledo.


Por un momento me he visto tentado a copiar el arranque del Quijote aquí, pero para no resultar muy ridículo sólo diré que esto me ocurrió en un pueblo del sur de Badajoz. Ese día me acerqué a una mina abandonada donde periódicamente realizábamos censos de murciélagos (zorromígalos), al ser un refugio de gran importancia.

Como había que atravesar por una finca privada dejé el coche en la puerta y me acerqué andando a la casa donde vivía la familia. Con todos los cachivaches a cuesta, que son muchos para estos menesteres, llegué a la puerta de la casa y salió a recibirme un hombre joven. Le comenté mi intención de entrar a la mina para hacer una inspección y al verme solo me comentó si ya la conocía, a lo que respondí que sí y, para tranquilizarle tanto a él como a mí mismo, dije que no visitaría las zonas más peligrosas. Nos separamos y me encaminé a la mina, justo antes de saltar el muro de piedra en seco para abandonar la finca me alcanzó un niño de 7 u 8 años:

-Hola
-Hola
-¿Vas a entrar en la mina?
-Sí
-Yo ya he entrado varias veces.
-Qué valiente, pero te acompañará tu padre, ¿no?
-Sí, porque además está to llena de murciélagos.
-Pues eso es lo que vengo a ver yo.
- ¡Acho!, ¿te gustan los murciélagos?
- Sí.
- Pues yo una vez entré con mi padre y llenamos un saco de murciélagos…
-!!!!!!!!
-Luego se los llevó por la noche y los soltó en la discoteca.
- Ay, madre mía…
- Adiós (se marchó con una sonrisa que podría definirse como diabólica)
- !!!!!

Cuando salí del shock entré en la mina y me imaginé las tristísimas imágenes que se debieron ver allí: un padre joven, imagino que riendo, llenando a puñados un saco con las piñas de murciélagos que pasaban el invierno allí. Su hijo pequeño a su lado con la linterna, admirado por lo que su mente infantil identifica como la audacia de su padre y no su ignorancia. Ante la rareza de las especies que allí se refugiaban el suceso dejaba de ser anecdótico.

Al salir de la mina pasé por la casa otra vez, pero no había nadie. Me acerqué al pueblo a tomar un café para despejarme. Mientras aparcaba el coche me sorprendí con la fachada de una discoteca con dos enormes ruedas de tractor, “Discoteca Las Roedas”. Ignoro si aquella fue la discoteca de la tragedia, pero nuevamente me imaginé aquellos pobres rinolofos, con sus extraordinariamente sensibles oídos, liberados de manera brusca en una habitación con un ruido insoportable y llena de gente. Después, los gritos, los golpes, las muertes, las risas.

Reyes 2019

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Chovas piquirrojas


Reconozco que, con los años, el día de Reyes más que recibir regalos prefiero que me traten como a Felipe II. Este año César del Arco, botánico experto en jardines botánicos y natural de Hervás, me tenía preparado un encuentro con un tejo que no conocíamos, situado en el vallejón más apartado de la sierra de su pueblo que, para no darnos más méritos de los necesarios, diremos que es una zona cada vez más accesible. Sin embargo, esto es reciente, hace poco más de quince años, donde ahora hay una pista que cruza un arroyo, pude ver mi primer Desmán ibérico.

Pero antes de llegar teníamos que atravesar una partida de francotiradores, que practicaban el bello arte de la caza a lo largo del camino que atraviesa el monte público. Son muy pocos, pero con una encomiable afición, es la segunda vez que subo a esta sierra este invierno y las dos veces me los he encontrado en la tarea. Bueno, en realidad nosotros y un montón de ciclistas, seteros y paseantes que no sabemos respetar tan viejas tradiciones y no nos quedamos en casa los pocos días que no tenemos trabajo. Ninguna señal por ninguna parte que advierta del evento, gente con armas dispersas por el monte, con unidades móviles armadas de función desconocida, pero totalmente acojonadora. Y si todavía fueran con el traje corto de serrano, pero equipados en un estilo ecléptico entre novio de la muerte y cazador de grizzlies de Montana y acompañados por esa mirada que proporciona tener entre las manos una cacharro que es capaz de tumbar a una persona a más de 100 m, incluso tras rebotar en una piedra, buf,... Es curioso porque una simple ruta cicloturista seguro que tiene que contar con asistencia médica por no hablar de todos y cada una de la autorizaciones pertinentes para el día y hora concretos. En esos momentos no sabíamos si poner las pegatinas de Prensa en el coche. Uno en su desconocimiento no está plenamente en contra de la caza, aunque no me guste, pero ¡coño! de una manera más siglo XXI, que a un pescador de anchoas que vive de eso le mandan para casa cuando se considera necesario y aquí no se muere nadie. Al menos esta vez no hemos visto como arrastran a los jabalíes con el cabrestante del coche.

El Tejo con su Serbal de cazadores.

Tras pasar por los restos de los últimos chozos de verano de esta sierra llegamos al tejo, que se hizo esperar, escondido tras una gran roca. El árbol cuesta entenderlo, y subido de puntillas en una pequeña piedra bamboleante para no mojarte los pies, aún más. Es un ejemplar muy viejo que ha crecido entre una roca dentro del arroyo. Su aspecto es el de un pulpo con más de cinco cimales arrancando radialmente de la base, seguramente grandes avenidas han acabado varias veces con la parte aérea. Ahora ya no hay avenidas de esa potencia y el árbol parece que intenta crecer en altura, mostrando una copa de aspecto mucho más joven de lo que se correspondería con la base del árbol. Un joven serbal de cazadores parece confirmar esto y crece tranquilamente arraigado en la base del tejo, impidiendo que el tejo se cierre por el centro. Salvo una pequeña rama seca, el follaje se ve denso y lustroso con los tonos broncíneos típicos del frío. Parece un macho, una pena porque en el Ambroz las hembras son raras (de cabeza recuerdo sólo 5) y desde la magnífica hembra de La Garganta no hay otra en esta vertiente de la sierra hasta Segura de Toro.

Bando de chovas.

Es probable que César tuviera esto también preparado, porque estábamos a punto de abandonar el tejo cuando aparecieron 34 chovas piquirrojas que se posaron en unas rocas no muy alejadas para deleitarnos un rato, antes de seguir sus merodeos por las zonas altas de la sierra. Son unas aves espectaculares que siempre me han recordado un poco a unos payasos, con esas botas y narices rojas tan excesivas. Como las personas somos unas ansiosas pensé que aquel era el momento perfecto para que apareciera una de esas águilas reales del Ambroz tan aficionadas a las acrobacias, pero hasta a Felipe II le ponían límites.

Aliseda de cabecera con cenizos en primer plano.

De vuelta nos detuvimos a admirar una pequeña aliseda de cabecera con ejemplares añosos, es muy raro hoy día ver una cosa así por encima de los 1400 m. y la explicación de esta habría que buscarla en las dos vertientes rocosas del arroyo en ese punto, que forman un pequeño barranco que debe haber actuado como cortafuegos más de una vez.

Iberodorcadion segovianum de la subespecie occidental dejeanii. Nunca había visto uno antes de abril.

La nota preocupante del día la pusieron unos Iberodorcadion segovianum (de la subespecie dejeanii), correteando entre los piornos en pleno mes de enero. La cosa está calentita.

Diez razones para hacer la ruta de la umbría de las Corchuelas en Monfragüe (de la Fuente del Francés a la Casa de los Camineros).

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Con un abrigo de pinturas rupestres en la solana, un castillo en la cuchilla, uno de los pocos puentes que cruzaba el río Tajo en el sopie y cortada por una Cañada Real, está claro que no estamos ante una sierra virgen. Por suerte, los bosques mediterráneos están preparados para aguantarlo casi todo y bastan unas pocas décadas de conservación para alcanzar un notable grado de naturalidad.

Aquí van mis diez razones:

1ª Porque el bosque, para poder ser llamado así, debe estar “sucio”, con todas su especies y todos su estratos.

Quejigo rodeado de arbustos y lianas.


2ª Porque las lianas no son solo cosa de las selvas, como podremos comprobar.

Liana monumental de Madreselva.


3ª Porque, siento decirlo, nuestra especie no inventó las cajas nidos.

Oquedad en un viejo Quejigo.


4ª Porque aunque no lo creamos los alcornoques pueden vivir con su corcho y no les hacemos ningún favor despellejándolos cada 9 años.

Es muy raro observar viejos alcornoques con su  aspecto natural.


5ª Porque hay pocas cosas más bonitas que un árbol creciendo con su porte natural.

Quejigo que no conoce el hacha.


6ª Porque conoceremos el secreto de la inmortalidad de los árboles.

Brotes basales de un viejo Quejigo.


7ª Porque podremos comprobar cómo, aún en el siglo XXI, lo mejor para estabilizar una ladera sigue siendo un bosque.




Árboles y arbustos fijando y revegetando una pedriza.



8ª Porque nunca volveremos a preguntarnos por qué se llama Brezo arbóreo al Brezo arbóreo.

Brezos arbóreos de más de 6 metros de altura.


9ª Porque la Selaginella denticulata es uno de los helechos más bonitos que hay, por mucho que se parezca a un musgo, y una de nuestras plantas más primitivas.

Selaginella denticulata


10ª Porque es cardiosaludable, sobre todo sus primeros 20 minutos. Pensar en esto nos ayudará.

Parte inicial del sendero.



El Narciso de Sierra de Gata (Narcissus vitekii)

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Aunque no es su hábitat predilecto, también se adapta a una buena fisura rocosa, ¿cosas de familia?


Es una lástima que una planta tan bonita y casi exclusiva de Extremadura, haya creado un malestar tan grande tras su descripción en 2018. Mucha gente tiende a pensar que la gente aficionada a las flores es una banda de tiernos querubines y les sorprende descubrir que la palabra deshonestidad también se usa por esos barrios. Nunca me han gustado los nombres científicos basados en apellidos, creo que deberían reservarse con carácter excepcional para gente realmente importante que, además, haya tenido algún vínculo con el taxón que lo recibe. De no ser así se deja un tufillo a peloteo cortesano muy poco elegante. Cierto que es más socorrido que dar con una palabra que defina al objeto de descripción, no sé si están utilizados ya en algún narciso, pero obscenus o impudicus le cuadrarían bien a este pequeño y bellísimo narciso.

Esas hojas azuladas y carnosas recuerdan a las de su vecino el Narcissus minor subsp. asturiensis

Hace unos días me llevaron a conocer a esta especie y, pese a no ser un narcisólogo, disfruté de ella en un paraje donde los narcisos parecen estar a sus anchas, con 6 especies formando poblaciones de miles de individuos y con sus inevitables híbridos por todas partes. Un lugar bien conocido por aquellas personas que un día vieron unos narcisos raros allí y cometieron el error de hacerlo público.

Meterse en charcos.

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Triops emeritensis de la localidad clásica de La Albuera (Badajoz).


Solemos emplear la expresión “Meterse en un charco” para referirnos a una acción de la que no sacaremos nada positivo. Es fácil ver de dónde viene esto cuando uno tiene delante uno de esos pequeños encharcamientos de aguas turbias por la escorrentía, con una profundidad que no suele superar los 20-30 cm y cuya vida no se prolongará más allá del final de la primavera.

A casi nadie le sorprenderá que el agricultor apure sus labores cuando están secos y siembre sobre ellos, o que el ganadero profundice su vaso para que retengan el agua durante todo el año. ¿Qué puede ofrecer un charco de aguas turbias?

A estas alturas de la película decir que estos encharcamientos temporales constituyen un Hábitat prioritario recogido en la Directiva Hábitat, emanada de un desliz conservacionista del Consejo de Europa del que estoy seguro que se arrepienten ahora, provocará la risa floja a la mayor parte de los habitantes de Europa, seguro. Yo, que no soy muy aficionado a las Directivas conservacionistas europeas (puro humo), siempre he creído que precisamente en este caso daban de lleno en el blanco y que hay pocos hábitats europeos más peculiares y amenazados.

El impresionante Cyzicus grubei

El libro “La vida maravillosa” de Stephen Jay Gould permanece entre mis favoritos desde que lo leí por primera vez hace más de veinte años. La cuestión de la explosión de diversidad del Cámbrico y sus colecciones de bichos raros marinos ha despertado mi imaginación infinidad de veces, lo realmente maravilloso sería poder observar un fondo costero de aquella época, si quiera unos segundos. Nos queda la contemplación de documentales de cangrejos cacerolas con sus más de 400 millones de años, mientras esperamos a que algún técnico de la BBC o de la OSF, durante sus vacaciones en el Algarve o en el Levante, se dé de bruces con un minúsculo mar del Triásico escondido en un pequeño charco de barro.

Tendrá que convencer a sus jefes, explicarles que la sangría no ha tenido nada que ver y hablarles de Triops cancriformis, Triops emeritensis, Cyzicus grubei, Maghrebestheria maroccana y Branchipus cortesi, que nadan entre helechos tan extraños como Marsilea batardae, Marsilea strigosa y Pilularia minuta.

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