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Como cada año por estas fechas he subido a ver a la Pyrgus sidae, esa pequeña mariposilla que durante los interglaciares del Cuaternario llegó, siguiendo a las Potentillas de las que se alimenta su oruga, hasta el Atlántico partiendo de las montañas de Asia Central. Hoy día en Europa sólo sobreviven a modo de reliquia un puñado de colonias dispersas por el sur. En la Península Ibérica tan sólo queda una colonia a caballo entre Cáceres y Salamanca, con algunas citas en la provincia de Ávila, que parece que no han vuelto a repetirse en años recientes.
Los aficionados a bichos y plantas terminamos siendo animales de costumbres, cada día tiene su lugar y especie señalados y, si fuerzas mayores no lo impiden, repetimos en buena medida los mismos días de campo cada año. Esto sería un tormento para la mayoría de las personas, lo reconozco, pero con los años se adquieren una serie de conocimientos prácticos sobre las especies y lugares que nos llevan a disfrutar cada vez más con nuestras visitas, algo parecido a lo que ocurre con la buena música. Lo malo es que llega un momento en el que terminas saliendo al campo solo, una vez que has aburrido a todo bicho viviente. Es lo que toca y suerte, que por menos de eso llaman friki a la gente.