Aunque por desgracia es algo muy poco habitual, todavía hay veces en las que un pajarillo parece que no tiene miedo de nosotros y nos alegra el día, esto sucedió esta pasada primavera en un camino a las afueras de la ciudad de Cáceres. Al pasar junto a este macho de Collalba rubia (Oenanthe hispanica) noté que apenas se movió, me paré y me ignoró, así que comencé a andar muy despacio hasta él y cuando estaba a menos de 3 metros decidí pararme. Estuve un rato mirándole, él parecía que hacía lo mismo conmigo. Esto duró unos 10 minutos y después se tiró al suelo a poco más de 4 metros y estuvo buscando bichillos. Incluso se unió su pareja, aunque a mayor distancia.
Mientras esto pasaba se cruzó por el camino un perro con una pinta muy fea, que me echó una mirada terrible mientras sostenía la cabeza de un ternero en su boca. Allí se terminó todo por mi parte, aunque intenté no perder la compostura y me vino a la cabeza el famoso estrambote de Cervantes:
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuése y no hubo nada